Cuando has jugado como lateral derecho y has sido internacional, te has reconvertido a central derecho y eres uno de los mejores del mundo, y también te has adaptado a jugar como central izquierdo o como miembro crucial en una defensa en línea de tres, es evidente que tu capacidad de adaptación es enorme. Sergio Ramos, desde que comenzó a jugar a fútbol en Sevilla, siempre demostró esa capacidad para subir de nivel en cada entrenamiento, y ese denostado interés en ser cada día mejor que el previo. De ahí que no me sorprenda nada su magnífica adaptación al centro del campo del Real Madrid.

Porque Sergio es un animal competitivo, alguien nacido con unas cualidades sencillamente portentosas que se adaptan perfectamente a la competición de primer nivel. Es una estrella del fútbol mundial porque quiso darle a la pelota con los pies, pero habría sido uno de los mejores nadadores del mundo o una de las mejores raquetas del circuito si hubiera elegido esos deportes. Genéticamente es un superdotado. Y por encima de eso, una persona extraordinaria con una excelente ética de trabajo.

Por eso no ha puesto ninguna pega a una ubicación a priori anómala para él en un momento tan importante, y se ha adaptado de forma rápida y eficaz, apareciendo como agua de mayo ante la lesión de Modric para oxigenar a un Toni Kroos con muchos partidos durante el último año y medio. Tiene tal cultura e inteligencia desde el punto de vista táctico que está siendo fundamental en el centro del campo del Madrid, en una fase de la temporada, no olvidemos, completamente decisiva tanto en España como en Europa, lo que da un plus de dificultar a cualquier cambio en lo teóricamente establecido como normal.

No me resulta sencillo hablar de alguien como Sergio Ramos, sobre el que profeso un sentimiento tan grande desde hace tantos años, pero tengo claro que rendiría casi en cualquier posición del campo en la que le colocara su entrenador. Es, sin duda, un valor seguro en estos momentos tan decisivos de la temporada.